martes, 4 de diciembre de 2012

El perfil del CUIDADOR

La/os cuidadora/es son las personas o instituciones que se hacen cargo de las personas con algún nivel de dependencia. Son por tanto padres, madres, hijos/as, familiares, personal contratado o voluntario.
Se denominan cuidadoras familiares (o informales) al conjunto de personas, en un 85% mujeres, que dedican una importante actividad diaria al cuidado de sujetos con dependencias o discapacidades permanentes. Suponen un colectivo cada vez más numeroso que realizan una tarea necesaria (entre un 5 y un 10% de los mayores de 65 años tienen limitaciones de autocuidado y movilidad) que, sin embargo, es poco visible y reconocida socialmente.
El cuidado será más o menos prolongado dependiendo de la persona y sus circunstancias. Lo que es evidente es que por un tiempo habrá que reorganizar la vida familiar par adaptarse a la nueva situación, da igual si es por la llegada de un bebé a casa o porque el abuelo ya no tiene la movilidad que antes o por un problema de salud o discapacidad temporal o prolongada, de alguno de los miembros de la familia.

El rol femenino de las cuidadoras
El interés de un enfoque de género es claro: su elevada feminización, un 85% de los cuidadores, son cuidadoras familiares y amas de casa. Esta tarea, que supone el desempeño de un rol tradicional, merma de participación social y autonomía de las cuidadoras, relaciones interpersonales que se complican; además, se plantea el deber moral hacia los demás frente a la necesidad de gobernar la propia vida y el escaso valor social del cuidado (más trabajo, y no remunerado).
Los patrones culturales tradicionales no ayudan, asignan a las mujeres el papel de proveedora principal de atención y cuidado a las personas dependientes (niños, ancianos y familiares impedidos). Sumado, a que las expectativas actuales de autosuficiencia de las familias (alta hospitalaria precoz en muchos procesos, desinstitucionalización de la enfermedad mental, conveniencia de mantener en su medio a ancianos, enfermos terminales y personas discapacitadas) siguen reforzando esta asignación desigual para hombres y mujeres.
Además, las propias cuidadoras familiares consideran su tarea como un deber moral (90%) y en muchos casos lo realizan por iniciativa propia (59%). Muchas personas que cuidan se sienten satisfechas con su labor y piensan que eso las dignifica.
No obstante, un gran número reconoce que no tiene otra alternativa y que esta actividad repercute negativamente en su calidad de vida.
Pero en los últimos años las cosas parecen que van cambiando, las atenciones y cuidado de los otros se han empezado a ver como trabajo voluntario, como solidaridad intergeneracional y en los servicios sociales y de salud se reconoce el rol de cuidador y la necesidad de prestarle apoyo. Este cambio de valores tiene que ver con la emergencia de nuevas demandas de servicio de ayuda a domicilio, residencias, centros de día, etc. para apoyar o suplir una labor que antes realizaban calladamente las mujeres como algo natural y que actualmente es menos compatible con su vida laboral y social. Ha empezado a valorarse esta función cuando se hace por personas externas al domicilio bien sean cuidadores pagados o voluntariado.
En suma, hay que evitar reducir a familiar e individual, una problemática cada vez más social para la que se ha de diseñar políticas sociales que cuiden de manera integral la salud de las personas dependientes y la salud y calidad de vida de sus cuidadoras.
De igual modo, los profesionales sanitarios y sociales deben considerar la perspectiva de género al abordar el trabajo con cuidadores y cuidadoras de manera que se mitiguen las desigualdades, o al menos no se agudicen, como consecuencia del desempeño de este rol.

Guía práctica de aspectos psicosociales
Por todo ello es fundamental tener en cuenta que el estado de salud física y mental del/la cuidador/a principal es tan importante que influye directamente en la atención que está dando, y por eso es necesario que no se descuiden en ningún momento sus propios cuidados.
Las personas cuidadoras están expuestas a un nivel de presión y esfuerzo que a veces no es valorado. Pero no olvidemos que repercute directamente tanto en su salud como en la de su entorno. No es raro encontrar casos de conflictos familiares por el celo en la atención a uno de sus miembros en detrimento del resto de la familia.
Los sentimientos de impotencia y frustración también son frecuentes dado que no siempre el esmero en el cuidado y la atención tienen como respuesta una mejora o un gesto de agradecimiento por parte del entorno y del familiar dependiente.
Una vez más no debemos olvidar la repercusión que puede llegar a tener esta tarea a nivel laboral para la persona que cuida. Con cierta frecuencia encontramos casos en los que se produce un abandono del puesto de trabajo para dedicarse al cuidado del familiar o el desarrollo del mismo se ve alterado por falta de tiempo y energía.
Las dificultades económicas, las alteraciones emocionales, la falta de tiempo para si mismo/as, reducción o desaparición de los momentos de ocio, y un largo etcétera son aspectos a tener en cuenta si lo que pretendemos es cuidar tanto de nosotro/as como cuidadore/as, como de nuestro familiar dependiente.

Así no debemos olvidar:
  • Los momentos de ocio y expansión
  • Relacionarnos con amigos y familia
  • Pedir ayuda siempre que la necesitemos. Indagar sobre recursos que sirvan de apoyo en la comunidad, y por supuesto apoyarse en el resto de la familia y amigos.
  • El entorno también existe y quiere saber de nosotro/as.
  • No aislarse
  • Medir las fuerzas, saber hasta dónde podemos dar.
  • Poner límites
  • Organizar nuestro tiempo priorizando pero sin olvidarnos de nosotro/as
  • Se asertivo/a. Saber decir que no es básico para funcionar de manera óptima.

Es importante estar alerta a señales específicas que nos indican que algo no va bien, que hay que cambiar de estrategia para que la situación no acabe con nuestro estado de ánimo.
Así, ante la tendencia al aislamiento, cambios bruscos de humor, agotamiento permanente, pérdida de apetito, falta de concentración, tristeza, culpabilidad, etc, pongámonos manos a la obra y analicemos qué es lo que estamos haciendo y qué podemos cambiar para mejorar la situación.

Bibliografía
Artículo: Cuidadoras informales
María Victoria Delicado Useros (*); Miguel Ángel García Fernández (**); Belén López Moreno (**); Pilar Martínez Sánchez (**).
(*) Profesora de Salud Pública y Enfermería Comunitaria - Universidad de Castilla-La Mancha
(**) D.U. Enfermería, Albacete.

Fuente: DISCAPNET

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